sábado, 6 de febrero de 2016

El pequeño lujo de pasear.




Cuando hemos estado inmersos en la realización de las tareas, en la consecución de los objetivos, en la sucesión continua de actividades, parece que el tiempo ha pasado muy rápido. Cuando uno camina por que sí, por el placer de sentir y sentirse, sin una meta, recreándose en los pequeños detalles; me da la sensación de que el tiempo ha discurrido más despacio. 



Me desacomodo para salir en busca de la utopía obrera: echar la quiniela en el estanco. Inconscientemente, tal vez, busco el horizonte que se abre tras los muros de cemento. El Parque Lineal de Palomeras con sus colinas y sus lagos artificiales. Siento el viento del norte y el sol del sur.

Entre las calles percibo el aroma a “limpio” de la ropa tendida y el agrio olor de las cervezas y refrescos metabolizados en meadillas animales, pues animales somos. 


En el recorrido por el barrio me asaltan los recuerdos al pasar junto al colegio al que fueron mis hijos, la biblioteca que con tanta ilusión vi levantarse o las placitas en las que hace años compartimos reuniones. Siento a las acacias que fueron salvajemente trasplantadas desde la Plaza Vieja, en la que tenía mi recreo estudiantil y mis fiestas juveniles.



 Por el Parque de la Paloma, veo los últimos reductos de la vida salvaje en este hostil entorno metropolitano. Un negro mirlo de ojos y pico anaranjados revuelve el mantillo de hojas en busca del sustento. Las alegres cotorras se dan el pico en un retoce casi primaveral.


Una mayoría de ancianos caminan por las despobladas aceras de esta mañana de invierno vallecano. Es carnaval pero no se ven más máscaras que las cotidianas y rutinarias que nos ponemos todos los días al levantarnos. Los jubilados que soñaban con el paraíso de los trabajadores, llamado jubilación, se ven obligados a mantener a los retoños de sus retoños con su escasa pensión. 



Por el carril bicipeatonal, hacen running con bastón los más viejos, haciendo bueno el mal tiempo y vuelan los más jóvenes, pendientes de conseguir un buen tiempo de reloj.


Me siento para escribir, sobre una metálica mesa de ajedrez con bancos, en la que nadie juega al ajedrez. Al tratar de plasmar las emociones y sensaciones, vuelan como el pájaro que huye del fotógrafo. Tan solo queda la tozuda realidad de los motores entre las montañas de ladrillo y una grisácea bruma.



El crecimiento industrial nos ha permitido multiplicar exponencialmente nuestras civilizaciones, hasta agotar los recursos naturales que necesitarán las próximas generaciones. La optimización de los procesos de trabajo (antes llamada productividad), ha fabricado grandes, pequeñas y medianas bolsas de sufrimiento social; al tiempo que nos promete todo lo imaginable y nos vende una sobredosis de entretenimientos vanos.


El miedo crece en el inconsciente colectivo, al tiempo que las utopías humanistas basadas en el equilibrio natural son despreciadas por incómodas.


Aprender y trabajar ya no son sinónimo de libertad para desarrollar las capacidades personales,  sino de brutal competición por alcanzar los objetivos numéricos marcados por la Normalidad imperante.


Decididamente, he de reconocer que soy  raro, … raro, …raro.

P.D.: Esta entrada ha sido posible gracias a la inestimable ayuda de mi retoño, que ha conseguido ver el resquicio por el que acceder a mi cuenta microsoft en continua guerra con mi cuenta google. Además de raro, soy un poco megatorpe.

1 comentario:

  1. Muy bonito Javier . Siempre me han gustado los paseos por el parque de las "tetas"...

    ResponderEliminar